lunes, 3 de noviembre de 2008

Babilonia. Notable puesta de un clasico argentino.

BABILONIA. NOTABLE PUESTA DE UN CLASICO ARGENTINO.
DIARIO EL DIA - Espectáculos - Domingo 2 de noviembre de 2008
TEATRO - CRITICA
Notable puesta de un clásico argentino
por Jorge Monteleone

Rosana Benencia y Diego Aroza
Babilonia (Una hora entre criados), de Armando Discépolo. Dirección:
Norberto Barruti. Elenco: Juan Bozzarelli, Diego Aroza, Luis Rende, Marcelo
Allegro, Fabio Prado González, Mariela Marconi, Florencia Zubieta, Oscar
Ferreira, Susana Isidro, Alejandra Bignasco, Rosana Benencia, Nora Pérez,
Javier Guereña, Emilio Ruperez, Walter Zuleta y Martín Kasem. Sala Armando
Discépolo (Calle 12, e/ 62 y 63)
En el grotesco criollo el espacio del patio del conventillo, que en las
obras de Vacarezza reunía con su rasgos exteriores y pintorescos a criollos
e inmigrantes, se transformaba en el interior de la habitación, donde los
conflictos se agudizaban y lo cómico se reunía con lo trágico. Así describió
David Viñas ese rasgo definitivo: "El grotesco aparece como la
interiorización del sainete". Con "Babilonia (Una hora entre criados)", de
1925, Armando Discépolo fue más allá: aquel patio lejano se transformó en el
espacio de la cocina y las dependencias de servicio en el sótano de una
casona donde la niña de la familia arribista celebra su compromiso y los
criados forman un submundo. El típico palacete de nuevos ricos es la
metáfora de la crisis de la democracia liberal que estallaría con el golpe
de 1930. Genialmente, Discépolo transforma ese interior colectivo en un
impiadoso fresco de la inmigración que, lejos de haberse integrado en el
ilusorio "crisol de razas", se disgregaba en las rabiosas o ridículas
mezquindades individualistas de subalternos que luchan entre sí para obtener
ventajas o disputar su lugar con el resentimiento o la ingenuidad de una
nostalgia que los paralizaba y disgregaba. No hay allí conciencia de clase
ni comunidad posible de trabajadores, sino un atomizado grupo de sirvientes
que quiere reproducir la escala de la dominación. "Babilonia" como el otro
nombre de "Babel", donde los inmigrantes, como escribió Viñas, vistos "desde
arriba" por sus patrones, "aparecen fatigados, humillados y deformados como
nunca".
El argumento es simple: el español José, que padece una afección en el ojo,
teme ser desplazado, luego de doce años de "méritos, de sacrificios, de
inclinaciones y de bajezas", por el suplente, el criollo Eustaquio que, en
verdad, aspira a otro status y se niega a vivir como "la gente de aquí
abajo", que le provoca "lástima y rabia y asco". Cobardemente, José induce a
su mujer Lola a robar un collar a la hija de los patrones y colocarlo en el
bolsillo de Eustaquio para acusarlo. Ante la amenaza de los dueños de casa y
en una situación confusa, el collar cae en el bolsillo del honrado y
orgulloso jefe de cocina, el italiano Piccione. Descubierto, José es
castigado por todos, en la oscura asfixia del sótano -gruta o infierno-
donde prima la ira de los desplazados, que se desprecian mutuamente y hallan
en José un chivo expiatorio. "¡Jesú, qué Babilonia!", dice Piccione,
"Señores habitante, que cada cual se agarra co las uñas que tiene; la
cuestione es agarrarse. (_) ¡Qué paíse fantasmagórico!".
El director Norberto Barruti, luego de la brillante puesta de "El organito",
demuestra con "Babilonia" que sabe interpretar el grotesco discepoliano con
profundo conocimiento del género. El dinamismo de quince actores en escena,
cada uno con su idiosincrasia y su lenguaje atravesado por el acento de
origen (hay un porteño y una provinciana, una francesa, un alemán,
españoles, italianos) es manejado con gran eficacia y otra vez el acierto de
su elección de tipos es notable. A ese clima de otro tiempo que transporta
al espectador, contribuye la bella y precisa escenografía de Enrique
Cáceres, que aprovecha al máximo los recursos con los que cuenta. El
vestuario de Cristina Pineda es, asimismo, impecable.
Las actuaciones son siempre adecuadas y ninguna desentona. Pero los
personajes centrales se destacan: Juan Bozzarelli es un Piccione de
expresividad inagotable, cuya gruesa ampulosidad contrasta con la sombría y
enjuta presencia de José, que Diego Aroza compone con fina convicción. El
resto del elenco acompaña con una matizada gracia, que deleita en su
gestualidad y en su dicción, nunca errada en sus tonos. Como Luis Rende, en
el agudo y ríspido Eustaquio, o el siempre versátil Marcelo Allegro, cuyo
Alcibíades pasa del atolondramiento a la desgarrada conciencia de una
realidad asfixiante.
El público disfruta muchísimo con esta pieza extraordinaria y sería deseable
que la Comedia de la Provincia de Buenos Aires continuara las funciones
-incluso para jóvenes estudiantes- aseguradas esta brillante producción
local y, sobre todo, la inagotable vigencia de un clásico del teatro
nacional.
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